Junio de 2010
II. EL JEFE DE CALLEJÓN
“Yo siempre quise ser torero, pero de una manera impresionantemente loca” cuenta Don César Briceño Navarrete, quien ha sido Jefe de callejón de la Plaza Mérida en los últimos 6 años años.
Este personaje de la octogenaria Plaza mexicana, es yucateco de nacimiento y médico pediatra. Es egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Yucatán y de la especialidad de pediatría de la Universidad Autónoma de México (UNAM), y es médico de base del área de pediatría de la Clínica de Mérida.
Su afición a la Fiesta brava lo colocó en un sitial de renombre y prestigio, casi tanto como su actividad dentro de la medicina. Briceño Navarrete quien además ostenta el honor de haber sido uno de los fundadores de la Comisión Taurina de Mérida, ha recorrido los ciento seis municipios de Yucatán, casi todos los estados mexicanos, Madrid y Sevilla para ver de cerca las faenas de los mejores matadores de su tiempo. Pero siempre vuelve a “la Mérida”, puerta de entrada de los toreros españoles a México y donde, sin dudas está su corazón.
La Mérida hospedó a las más grandes figuras de la fiesta brava de todos los tiempos. Allí en febrero de 1928, Manolete toreó reses mexicanas de Sinkeuel la última vez que lo hizo en América, y las consideró las más nobles de las que había toreado. También pasaron Paco Camino en sus inicios, el Niño de la Capea y el Cordobés. Y Don César, como gusta que lo llamen sus amigos, estuvo allí, en el privilegiado callejón de la plaza: primero como asistente, luego como jefe, siempre como testigo y muchas veces como amigo de los más grandes toreros de la historia.
Como Jefe de callejón, -una de las autoridades de la plaza de toros nombrada por el presidente municipal- el galeno ha sido el responsable del acceso a corrales, toriles y al callejón; aprueba las puyas a utilizar por los picadores, mantiene el orden y vigila el desempeño de los actores y personal acreditado en el callejón durante el festejo, supliendo al Juez de Plaza en su ausencia.
Don César Briceño Navarrete
TAURINO DE HUESO COLORADO
Su amor por los toros le viene por la sangre y en la sangre. Se recuerda, a la edad de tres o cuatro años, en las corridas de toros en brazos del abuelo, de algún tío o del padre. A los cinco se vistió de luces para las fiestas del carnaval. No había la posibilidad de que le hicieran cambiar de opinión, él quería ser torero. Así que su pequeño traje fue confeccionado por las manos de doña Teresa de la Gándara que en esa época hacía las monteras y confeccionaba trajes de torero. La montera que usó se la prestó el entonces matador Miguel Miranda, amigo de su abuelo. Con el traje de luces puesto toreaba al perro y a todo lo que se dejara y era tan hermoso que en esa ocasión ganó un trío de concursos de disfraces.
Los domingos acostumbraba ir a la plaza con el abuelo y tenía prohibido ir al baño mientras duraba el festejo. Ahí escuchaba la narración de las corridas de la voz de Pepe Alameda y convivía con figuras del toreo de la época, como Antonio del Olivar y Álvaro Cámara Parra, amigos del viejo.
Tenía apenas 5 años cuando conoció el primer coso taurino que hubo en Yucatán, el Circo Teatro Yucateco, que fue inaugurado alrededor de 1902, y recuerda con claridad haber visto torear ahí a Álvaro Cámara.
Las experiencias taurinas acumuladas durante la infancia devinieron en que, en muchos momentos posteriores de su vida, pensara con más seriedad en convertirse en torero. Al término de la educación preparatoria le había llegado el momento de elegir la profesión a la que se dedicaría de tiempo completo. Fue una cornada en la arteria humeral a un amigo suyo que, por cierto, había tomado la alternativa con Paco Camino y Manolo Martínez, la que definió su vida profesional. Desde entonces, la medicina ha sido su vocación y oficio y la tauromaquia, su vocación y trabajo de corazón.
EL CALLEJÓN
El callejón es el mejor lugar para el galeno donde conviven, en un mismo ser, el Jefe de plaza y el aficionado. Desde ahí, lleva a cabo las órdenes del juez y vigila que se cumplan con los cánones del toreo.
Una de las cosas que más le gusta de estar en el callejón es que se siente presto para ayudar, siempre está listo para brincar. De manera natural, en el segundo tercio, se posiciona en el callejón de manera que pueda auxiliar rápidamente si sucede algún percance.
Los cuchicheos en el callejón han sido parte de su formación como taurino. Ahí ha escuchado a apoderados, ganaderos, toreros y subordinados dar órdenes, sugerencias, observaciones, cosas que no se escuchan en los tendidos.
Fue en Michoacán en donde una espada le atravesó el pie y le lesionó una arteria pedia. Como parte de las actividades de entretenimiento durante un congreso de pediatría en la capital, Morelia, les ofrecieron a los médicos asistentes una corrida de toros en el Palacio del Arte Morelia. Era conocida su afición por la tauromaquia entre sus colegas y decidió jugarles una broma durante el evento. Les dijo que sería parte del cartel junto a Alfredo Gutiérrez. Causó tal expectación que todos estaban preocupados por lo que podría pasarle durante su hazaña, y todos creían de verdad que iba a torear. Tuvo la fortuna de encontrarse con el médico de la Plaza, Don Teodoro Gómez, padre del matador Teodoro Gómez, a quien había conocido en la Mérida. Le pidió que le prestara un traje de torero para pasearse con el en el ruedo, y así lo hizo. Mientras los tendidos se llenaban, le comunicó a sus allegados que no haría el paseíllo porque no estaba calificado, y que su toro, sería el último de la tarde. Mientras “esperaba su turno”, Alfredo Gutiérrez se dispuso a matar. A la hora de la estocada le rebotó la espada que fue a caer precisamente en el pie del galeno. Unas vendas, un par de puntadas y una vacuna antitetánica pusieron fin a su atrevido engaño.
Con Castella en la Mérida, no pudo faltar un evento memorable. Como promesa del toreo, causó especial expectativa y emoción al taurino. Esa tarde del 2 de abril, a la hora de matar, uno de los bichos de Castella se pegó a tablas y el matador insistió en darle la estocada ahí mismo. En la cabeza del galeno, se vislumbraron los posibles desenlaces de tal posición, y sin poder contener el temor de que sobreviniera una cogida, se arrimó al matador y le gritó: ¡sácalo!.. ni bien pasaron unos segundos y ya tenía al apoderado encima pidiéndole por favor que no le dijera nada al matador. Con humildad, el Jefe de callejón se retiró y aceptó de buena gana el peligro de su intromisión. Fue una agradable sorpresa cuando Castella sacó al toro de tablas para darle muerte.
Al finalizar la corrida, el apoderado le dijo: “le agradezco, pero se desorienta cuando oye una voz que no es la mía”. Y tenía razón.
LA COMISIÓN TAURINA Y SUS LOGROS
Una noche de 1996, se formó la primera “cuadrilla” con el nombre de Comisión Taurina. Por iniciativa propia, cinco aficionados, Don César entre ellos, empezaron a luchar por que la fiesta en Mérida fuera regida por un Reglamento Taurino. Habrían de pasar tres gobiernos para que un cuarto aceptara el reto y ordenara que el Reglamento estuviera listo a la brevedad. La Comisión ha servido de apoyo al Juez de Plaza. Con el tiempo, se fueron integrando médicos, veterinarios, aficionados y expertos en reses bravas, quienes han trabajado desde entonces por una fiesta de calidad. Con la ayuda del doctor César, en 2005 se aprobó y publicó el Reglamento Taurino de Mérida. El post mortem se convirtió en la carta de defensa indiscutible de la Comisión y eso permitió tener mejores encierros. También exigieron guías a las ganaderías de cada toro que llegaba a la plaza y eso también permitió el control de la calidad de las reses. Fue tal el rigor y el empeño para sanear la fiesta, que los integrantes de la Comisión empezaron a funcionar como autoridad, porque ya nadie quería ser Juez de plaza.
EL TORERO
Expresa especial admiración por la imagen del torero. Piensa que para serlo lo primero que tiene que pasar es parecerlo. Ha conocido a tantos que los define como espigados, largos, atléticos, fuertes, sin grasa, con el cuerpo adornado por las cicatrices de las cornadas. Pero su fascinación por esa figura va más allá de la estética. El conocimiento y sus experiencias en el quirófano le han permitido un entendimiento más profundo de lo que es ser torero. Los ha visto llorar de miedo antes de entrar al ruedo, ha conocido sus temores, los ha acompañado después de un pitonazo y ha entendido porqué Sebastián Castella se incomoda si lo tocan. No le extrañan, en la personalidad de los toreros, las repercusiones de enfrentarse a la muerte dos o tres veces por semana, los respeta y les agradece los momentos de verdad en el ruedo.
Admira a los que hacen del toreo una forma de vida, una forma de relacionarse, de pararse, de sentarse, de amanecerse, como Belmonte y su impasibilidad ante la vida.
Para él, el mejor torero es el que le da a cada toro la lidia que le corresponde. Y el que sabe matar. Si no mata bien, podrá hacer una lidia espectacular, pero nunca llegará a ser un verdadero torero, un matador.
EL MEJOR TORO, ¿PARA QUIÉN?
Decía que el mejor toro debe tener ciertas características, pero que habría que preguntarse cuáles son esas características del mejor toro pero ¿para quién? El mejor toro necesita al mejor torero, y el mejor torero, al mejor toro.
Hasta una persona que no es muy conocedora puede “sentir” el trapío de un toro. Cuando sale al ruedo viene el sobresalto, causa expectación, se puede sentir el peligro.
Ir a las tientas es uno de sus entretenimientos favoritos y las considera una etapa interesantísima de la fiesta de los toros. Ahí los ganaderos seleccionan a las reses que irán al encierro y desean que su toro tenga la fortuna de ser toreado por la figura adecuada, porque los ha visto crecer, los conocen a detalle, saben que tiene cualidades y que si cae en manos de un torero que no tiene calidad, habrán desperdiciado cuatro años de dedicación y trabajo.
Le gustan mucho las ganaderías mexicanas, que han logrado toros con boyantes para que el torero pueda lucirse, para poderle dar un pase tras otro. A un toro mexicano el matador le puede dar ocho o diez muletazos y éste seguirá embistiendo.
“El toro… el toro es el inicio a la corrida, desde cuatro años antes, cuando empieza a formarse.”
EL MOMENTO MÁS IMPORTANTE DE LA CORRIDA
Disfruta todos los momentos de la corrida, pero a la hora de la suerte suprema, la adrenalina se le dispara. La considera el momento más propicio para una cornada. Y es el momento en que tiene que estar especialmente atento, vigilante.
El momento de la muerte lo define como sublime, cuando se el enfrentamiento del toro con el torero, en igualdad de condiciones, cuando el toro tiene todas las facilidades para pegarle una cornada y el torero se entrega de frente a la posibilidad de la muerte.
SUS FIGURAS DEL TOREO
Manolete es sin duda su figura preferida, la suprema. De los españoles le gusta el toreo de “el Juli” y las banderillas de “el Fandi”. Admira la cadencia de Enrique Ponce y lo define como una persona de trato fino y amable. De México admira a Fermín Espinoza “Armillita” y le da un lugar especial a Eloy Cavazos. Recuerda que lo conoció en sus inicios, cuando tenía como 15 años y que lo llevaron a la Mérida en un Valiant Acapulco de la época y que la gente decía que era muy joven y tenían miedo de que lo mataran en el ruedo.
LA ÉTICA DE LA CORRIDA
Cada vez que se refiere a la Fiesta brava, habla de verdades, de autenticidades y de su deseo de que no se extinga. “Creo que lo que más se necesita para que la fiesta de los toros persista es la autenticidad, y seguir los lineamientos que rigen la tauromaquia”.
“Para aplaudir o pedir una oreja o un rabo o un indulto hay que conocer, hay que entender la lidia. Para premiarla, el torero tiene que coronarla con la espada y si la estocada no es correcta el Juez de Plaza debe ser estrictamente justo.”
Parece que lleva pegado el reglamento taurino a la piel, se lo conoce de punto y coma y considera que la ética de la corrida es el reglamento mismo, es apegarse a él. Cumplirlo es colaborar con la fiesta. Si se cumple será una fiesta de los toros de principio a fin, de interés, de emoción, de arte.
“Servir y hacer lo mejor” es su lema, que aplica tanto en la medicina como en la tauromaquia. Esas dos pasiones que hacen de Don César Briceño Navarrete un personaje admirable y entrañable a la vez.
¿Cabrá alguna duda de que en ese cuerpo de doctor, padre, esposo y autoridad en el callejón habita un taurino “de hueso colorado”, como él mismo se define?
La seriedad llega al rostro cuando promete que irá a las plazas siempre que exista verdad en ellas y que dejará de asistir ante su ausencia, pero que eso sí, siempre seguirá haciendo todo lo que esté en sus manos por el bien de la fiesta. Porque según él, “un taurino nunca se corta la coleta… jamás”.
FIN
SU ESPACIO TAURINO
Fotografías, libros, pequeñas esculturas, carteles, billetes de entrada, orejas, banderillas, pinturas y algunas objetos más, reflejan su dedicación y amor profundo por la tauromaquia. En su acogedora galería taurina, le da un valor especial a cada cosa y algunas han enorgullecen su alma taurina: un programa de la última corrida de Manolete en América; otro de su última corrida en Linares, del 28 de agosto de 1947; un billete, con la punta cortada, de esa corrida; una oreja que le brindó Eloy Cavazos durante una corrida y la cabeza de un bicho mexicano de Xajay que también toreó Cavazos, “esa cabeza me encanta, porque está un poco bizco del pitón derecho y eso le da un toque especial”.