Raúl Salcedo, bailaor y torero

martes, 7 de septiembre de 2010

Los personajes de la Plaza Mérida


Agosto 2010
III. EL JUEZ DE LA PLAZA
Ulises Zapata León trabaja en una institución de educación media superior en donde es Director Técnico de Planeación y Presupuesto, y Ulises es también, el Juez de la Plaza Mérida.


Ulises Zapata, el Juez

PRIMERA LLAMADA: CUNA TAURINA

"La tauromaquia forma el carácter, es formadora de personas"
Uno de los estados más taurinos de México, Tlaxcala, fue su cuna. Con más de sesenta ganaderías registradas, las tierras tlaxcaltecas han dado grandes figuras al toreo, como Rodolfo Rodríguez “El pana”, Rafael Ortega, Uriel Moreno el “Zapata” y José Luis Angelino, por nombrar algunos. También ahí se erige una de las plazas más grandes del país, la Plaza de toros Jorge Ranchero Aguilar, y una de las principales festividades de la ciudad es la “huamantlada” que emula el festejo de Pamplona.
Su padre, cirujano partero, en un esfuerzo conjunto con otros médicos, crearon el Capítulo Mexicano de Cirugía Taurina, con la idea de formar quirófanos móviles que las empresas pudieran contratar y que llevaran el servicio médico pronto y bien atendido a plazas de primera y segunda categoría. Durante la niñez, en lugar de festejar sus cumpleaños partiendo piñatas con los amigos, en las fiestas les soltaban vaquillas y se las dejaban venir, y ahí entre revolcones, sustos y lágrimas, conoció de cerca al ganado bravo, que se convertiría en su vida. Una corrida en la Plaza de Toros La Taurina, de Huamantla, es la que recuerda con precisión como la primera vez que asistió a una. En esa ocasión el novillero, que era hermano de un amigo del colegio, cuando toreaba a su novillo, éste lo embistió con tal fuerza, que ya no pudo seguir. Pero eso no impresionó a Ulises, que apenas tenía seis años, sino el enojo del padre incitándolo a volver al ruedo y terminar la faena, mientras el chico lloraba. La gente que lo rodeó durante la niñez y en su juventud eran todos taurinos y a fue con ellos que se inició en el conocimiento del toro de lidia y aprendió cómo era el pelaje, la pinta, la cornamenta y alguna que otra seña particular de los astados. Entre más conocía más gusto le tomaba a la Fiesta Brava y se decidió a practicar el toreo primero con becerros, en festejos privados. Se sentía embrujado ante la figura imponente de la res de lidia. Más tarde le hizo de novillero práctico, conoció el miedo y entendió que la gente que se dedica al toreo, tiene que tener un carácter especial. Su gusto por los toros lo llevó a estudiar Medicina Veterinaria e hizo su tesis sobre toros de lidia. En la Universidad Autónoma de México estudió la especialidad en cortes histológicos para detectar si han sido tocados los pitones después del post mortem. A punto de iniciar una maestría en España sobre el mismo tema, conoció a una mujer yucateca y la ciudad de Mérida se convirtió en su próximo destino taurino.

SEGUNDA LLAMADA, A LA PLAZA, COMO MÉDICO VETERINARIO

Fue una demanda de la Comisión Taurina la que propició que el ayuntamiento en turno le encomendara la misión de un post mortem en un festejo. Su reporte fue equiparado con el de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Yucatán y ambos coincidieron en que las características del encierro no eran las reportadas por la ganadería. En esa ocasión las autoridades municipales en acuerdo con la Comisión Taurina vetaron al Juez de Plaza en turno y al médico veterinario y levantaron un veto de cuatro años a la ganadería, además de imponerle una multa. Por cierto, la ganadería era de Tlaxcala y pertenecía a unos amigos de sus padres. No había duda de su vocación, parecía una prueba de la vida. Y la aprobó.
Una llamada telefónica lo devolvió a los toros. Era Don Leopoldo Cortés, de la Comisión Taurina Municipal, que lo invitaba a unirse al equipo, ya que tenían la intención de integrar a un médico veterinario con conocimientos específicos sobre toros de lidia y con funciones bien definidas en el desarrollo de la Fiesta Brava. Y aceptó. Una vez aprobado por las autoridades en turno y por los demás integrantes de la Comisión, comenzó su labor de médico veterinario de plaza. Con esta función se dio un paso más a la formalización del festejo taurino en Mérida. Se establecieron actas, reseñas e informes que garantizaban que los encierros fueran justamente aprobados, se implantó el post mortem como requisito indispensable para evaluar a los astados, se supervisaron los desencajonamientos y se empezaron a llevar los registros de los festejos al Departamento de Espectáculos de la Alcaldía. Más tarde, los resultados de su trabajo en la Plaza lo posicionaron como candidato al palco de Juez, y en una terna de tres, fue el elegido.

TERCERA LLAMADA, AL PALCO COMO JUEZ

Hace nueve años lo nombró Juez de Plaza el alcalde en turno. Es sabido que ser su representante y la máxima autoridad de la plaza conlleva enfrentar situaciones difíciles cada vez que hay una corrida. El Juez no sabía que al ocupar el palco tendría que estar dispuesto a pagar un precio. A veces amenazas, alguna agresión e incluso reproches de su familia por no estar en casa los domingos. Nada lo distrae a la hora de cumplir su mayor responsabilidad, velar por los intereses de la Fiesta Brava y del público y hacer que cada festejo sea íntegro. El momento de evaluar un encierro significa para el Juez un primer filtro y es muy significativo porque es donde se evalúa la categoría de los toros y es el momento de aplicar el reglamento con toda el rigor. El sorteo es uno de sus rituales taurinos favoritos. Cada vez que hay uno, llega unas horas antes a la Plaza a supervisar a los astados, da una vuelta a los corrales y una vez que está convencido de que todo está en orden, convoca al sorteo. Un momento del ritual que le parece de lo más tradicional es cuando se anotan los lotes en los papelillos de arroz y se “aprietan”, tal como se hacía en 1896. Disfruta de echarlos al sobrero, desearles “suerte” a todos y después ir revelando los lotes que le tocarán a cada matador.
"Yo no sé como pudieron conjugar tantas cosas en la tauromaquia, es tan completa, es perfecta, no hay nada que agregarle o quitarle, desde siempre"
Cuando entra a la Plaza, momentos antes de la corrida, no hay duda de que él es la autoridad. En las calurosas tardes meridanas, sube impecable al palco combinando su seriedad con chaqueta y sombrero. Ahí lo acompañan el asesor técnico y el cambiador de tercio de quienes aprecia y respeta sus comentarios y observaciones durante el festejo.
Año tras año se ganó la confianza y el respeto del público aficionado, ganaderos y matadores y eso lo cuenta como su logro más importante como Juez en la Plaza.  Y lo mismo le pasa cuando de entregar trofeos se trata. Todo empieza con el aplauso del público a un torero, una salida al tercio o una vuelta al ruedo. Recuerda al Fandi, cuando en una ocasión salió al tercio y el público le pedía que diera la vuelta al ruedo, pero él no quiso, sabía que no lo había merecido y no lo hizo. Lo mismo al Juli que una vez le miró desde el ruedo, como pidiéndole que no le otorgara una oreja que el público pedía, y que el Juez mismo no había aceptado. Al mantener firme la decisión el matador le sonrió tranquilo y complacido.  Lo más importante cuando toma una decisión a la hora de premiar, es el apoyo y el entendimiento del público y del matador. Si el público lo ayuda y lo apoya a otorgar los premios, se siente satisfecho. El gran honor de otorgar un rabo lo ha experimentado sólo una vez y fue a Ortega. Una faena formidable y una estocada certera a un toro de Barralva. No hubo duda  y Juez y público estuvieron de completo acuerdo.
El palco también ha sido escenario de momentos divertidos para el Juez, como cuando sorprendió dormido al del clarín, quien al despertarse, inoportunamente tocó el instrumento repetidas veces, cuando la situación ameritaba que lo tocara una sola vez. En otra ocasión un matador y su subalterno le pedían una oreja que él no aprobaba, y estando en acalorada discusión, una aficionada que estaba cerca le grito: ¡Sonría Juez! ¡Se ve usted mejor sonriendo que enojado!

DE CORRIDAS, TOROS Y TOREROS

Para el Juez todos los momentos de la corrida son importantes pero a Ulises, el que más le gusta es el tercer tercio, momento de apreciar la codicia y nobleza del toro, y la técnica, el valor y el arte del torero. El mejor toro en el ruedo es el que transmite fiereza, el que acude al caballo, el que pelea con codicia. Y el mejor torero debe combinar valor y técnica para entender al astado. Es el que puede llevarlo al sitio exacto donde quiere colocarlo y es el que sabe darle el castigo justo para ayudarlo en la lidia. Y aunque admira a los toreros y los respeta, le gusta el estilo de Belmonte, porque no estaba de acuerdo en que se castigara innecesariamente al toro. También le gusta Manolo Martínez y Manzanares padre.

¿LA ÚLTIMA LLAMADA?

“El toreo no es un circo, es una actividad que se ha profesionalizado y por eso hay que tenerle respeto”
Así empieza su reflexión sobre el futuro de la Fiesta. Nunca estaría de acuerdo con desaparecer las corridas de toros y considera que los taurinos deben unirse y evaluar la manera como se realiza el espectáculo hoy en día, lo que se está haciendo mal o lo que se ha dejado de hacer, para entonces poder hacerlo mejor. Hace un llamado a científicos estudiosos del toro de lidia, a los ganaderos, a los expertos en temas taurinos y a todos los involucrados en el festejo a no quedarse rezagados ante la situación por la que atraviesa la Fiesta; y así, con conocimiento y hechos, fortalecer y garantizar su permanencia.
"Es momento de hacer una pausa y reflexionar sobre el cómo se está haciendo la fiesta, si la amamos, hay que dejar de ser soberbios para poder callar esas voces que ahora la ensombrecen"
Y así la termina, pensativo.

LA SIGUIENTE LLAMADA, EN ESPERA

Al momento de la entrevista no se le ha notificado su permanencia en el palco y el Juez espera con paciencia la siguiente llamada.

TAUROMAQUIA, LA VIDA

En el palco o como espectador este hombre de espeso bigote ha hecho de la Tauromaquia una manera de vivir. No se imaginó que no importaba donde estuviera, si en Tlaxcala, Madrid o Mérida, la vida, los toros, lo regresarían siempre a su querencia.

"La tauromaquia es mi vida, es verdad, es belleza, simetría, color, música, es la lidia, es una circunferencia, es el público"

miércoles, 23 de junio de 2010

Los personajes de la Plaza Mérida


Junio de 2010

II. EL JEFE DE CALLEJÓN

“Yo siempre quise ser torero, pero de una manera impresionantemente loca” cuenta Don César Briceño Navarrete, quien ha sido Jefe de callejón de la Plaza Mérida en los últimos 6 años años.
Este personaje de la octogenaria Plaza mexicana, es yucateco de nacimiento y médico pediatra. Es egresado de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Yucatán y de la especialidad de pediatría de la Universidad Autónoma de México (UNAM), y es médico de base del área de pediatría de la Clínica de Mérida.
Su afición a la Fiesta brava lo colocó en un sitial de renombre y prestigio, casi tanto como su actividad dentro de la medicina. Briceño Navarrete quien además ostenta el honor de haber sido uno de los fundadores de la Comisión Taurina de Mérida, ha recorrido los ciento seis municipios de Yucatán, casi todos los estados mexicanos, Madrid y Sevilla para ver de cerca las faenas de los mejores matadores de su tiempo. Pero siempre vuelve a “la Mérida”, puerta de entrada de los toreros españoles a México y donde, sin dudas está su corazón.
La Mérida hospedó a las más grandes figuras de la fiesta brava de todos los tiempos. Allí en febrero de 1928, Manolete toreó reses mexicanas de Sinkeuel la última vez que lo hizo en América, y las consideró las más nobles de las que había toreado. También pasaron Paco Camino en sus inicios, el Niño de la Capea y el Cordobés. Y Don César, como gusta que lo llamen sus amigos, estuvo allí, en el privilegiado callejón de la plaza: primero como asistente, luego como jefe, siempre como testigo y muchas veces como amigo de los más grandes toreros de la historia.
Como Jefe de callejón, -una de las autoridades de la plaza de toros nombrada por el presidente municipal- el galeno ha sido el responsable del acceso a corrales, toriles y al callejón; aprueba las puyas a utilizar por los picadores, mantiene el orden y vigila el desempeño de los actores y personal acreditado en el callejón durante el festejo, supliendo al Juez de Plaza en su ausencia.

Don César Briceño Navarrete

TAURINO DE HUESO COLORADO

Su amor por los toros le viene por la sangre y en la sangre. Se recuerda, a la edad de tres o cuatro años, en las corridas de toros en brazos del abuelo, de algún tío o del padre. A los cinco se vistió de luces para las fiestas del carnaval. No había la posibilidad de que le hicieran cambiar de opinión, él quería ser torero. Así que su pequeño traje fue confeccionado por las manos de doña Teresa de la Gándara que en esa época hacía las monteras y confeccionaba trajes de torero. La montera que usó se la prestó el entonces matador Miguel Miranda, amigo de su abuelo. Con el traje de luces puesto toreaba al perro y a todo lo que se dejara y era tan hermoso que en esa ocasión ganó un trío de concursos de disfraces.
Los domingos acostumbraba ir a la plaza con el abuelo y tenía prohibido ir al baño mientras duraba el festejo. Ahí escuchaba la narración de las corridas de la voz de Pepe Alameda y convivía con figuras del toreo de la época, como Antonio del Olivar y Álvaro Cámara Parra, amigos del viejo.
Tenía apenas 5 años cuando conoció el primer coso taurino que hubo en Yucatán, el Circo Teatro Yucateco, que fue inaugurado alrededor de 1902, y recuerda con claridad haber visto torear ahí a Álvaro Cámara.
Las experiencias taurinas acumuladas durante la infancia devinieron en que, en muchos momentos posteriores de su vida, pensara con más seriedad en convertirse en torero. Al término de la educación preparatoria le había llegado el momento de elegir la profesión a la que se dedicaría de tiempo completo. Fue una cornada en la arteria humeral a un amigo suyo que, por cierto, había tomado la alternativa con Paco Camino y Manolo Martínez, la que definió su vida profesional. Desde entonces, la medicina ha sido su vocación y oficio y la tauromaquia, su vocación y trabajo de corazón.

EL CALLEJÓN
El callejón es el mejor lugar para el galeno donde conviven, en un mismo ser, el Jefe de plaza y el aficionado. Desde ahí, lleva a cabo las órdenes del juez y vigila que se cumplan con los cánones del toreo.
Una de las cosas que más le gusta de estar en el callejón es que se siente presto para ayudar, siempre está listo para brincar. De manera natural, en el segundo tercio, se posiciona en el callejón de manera que pueda auxiliar rápidamente si sucede algún percance.
Los cuchicheos en el callejón han sido parte de su formación como taurino. Ahí ha escuchado a apoderados, ganaderos, toreros y subordinados dar órdenes, sugerencias, observaciones, cosas que no se escuchan en los tendidos.
Fue en Michoacán en donde una espada le atravesó el pie y le lesionó una arteria pedia. Como parte de las actividades de entretenimiento durante un congreso de pediatría en la capital, Morelia, les ofrecieron a los médicos asistentes una corrida de toros en el Palacio del Arte Morelia. Era conocida su afición por la tauromaquia entre sus colegas y decidió jugarles una broma durante el evento. Les dijo que sería parte del cartel junto a Alfredo Gutiérrez. Causó tal expectación que todos estaban preocupados por lo que podría pasarle durante su hazaña, y todos creían de verdad que iba a torear. Tuvo la fortuna de encontrarse con el médico de la Plaza, Don Teodoro Gómez, padre del matador Teodoro Gómez, a quien había conocido en la Mérida. Le pidió que le prestara un traje de torero para pasearse con el en el ruedo, y así lo hizo. Mientras los tendidos se llenaban, le comunicó a sus allegados que no haría el paseíllo porque no estaba calificado, y que su toro, sería el último de la tarde. Mientras “esperaba su turno”, Alfredo Gutiérrez se dispuso a matar. A la hora de la estocada le rebotó la espada que fue a caer precisamente en el pie del galeno. Unas vendas, un par de puntadas y una vacuna antitetánica pusieron fin a su atrevido engaño.
Con Castella en la Mérida, no pudo faltar un evento memorable. Como promesa del toreo, causó especial expectativa y emoción al taurino. Esa tarde del 2 de abril, a la hora de matar, uno de los bichos de Castella se pegó a tablas y el matador insistió en darle la estocada ahí mismo. En la cabeza del galeno, se vislumbraron los posibles desenlaces de tal posición, y sin poder contener el temor de que sobreviniera una cogida, se arrimó al matador y le gritó: ¡sácalo!.. ni bien pasaron unos segundos y ya tenía al apoderado encima pidiéndole por favor que no le dijera nada al matador. Con humildad, el Jefe de callejón se retiró y aceptó de buena gana el peligro de su intromisión. Fue una agradable sorpresa cuando Castella sacó al toro de tablas para darle muerte.
Al finalizar la corrida, el apoderado le dijo: “le agradezco, pero se desorienta cuando oye una voz que no es la mía”. Y tenía razón.

LA COMISIÓN TAURINA Y SUS LOGROS
Una noche de 1996, se formó la primera “cuadrilla” con el nombre de Comisión Taurina. Por iniciativa propia, cinco aficionados, Don César entre ellos, empezaron a luchar por que la fiesta en Mérida fuera regida por un Reglamento Taurino. Habrían de pasar tres gobiernos para que un cuarto aceptara el reto y ordenara que el Reglamento estuviera listo a la brevedad. La Comisión ha servido de apoyo al Juez de Plaza. Con el tiempo, se fueron integrando médicos, veterinarios, aficionados y expertos en reses bravas, quienes han trabajado desde entonces por una fiesta de calidad. Con la ayuda del doctor César, en 2005 se aprobó y publicó el Reglamento Taurino de Mérida. El post mortem se convirtió en la carta de defensa indiscutible de la Comisión y eso permitió tener mejores encierros. También exigieron guías a las ganaderías de cada toro que llegaba a la plaza y eso también permitió el control de la calidad de las reses. Fue tal el rigor y el empeño para sanear la fiesta, que los integrantes de la Comisión empezaron a funcionar como autoridad, porque ya nadie quería ser Juez de plaza.

EL TORERO
Expresa especial admiración por la imagen del torero. Piensa que para serlo lo primero que tiene que pasar es parecerlo. Ha conocido a tantos que los define como espigados, largos, atléticos, fuertes, sin grasa, con el cuerpo adornado por las cicatrices de las cornadas. Pero su fascinación por esa figura va más allá de la estética. El conocimiento y sus experiencias en el quirófano le han permitido un entendimiento más profundo de lo que es ser torero. Los ha visto llorar de miedo antes de entrar al ruedo, ha conocido sus temores, los ha acompañado después de un pitonazo y ha entendido porqué Sebastián Castella se incomoda si lo tocan. No le extrañan, en la personalidad de los toreros, las repercusiones de enfrentarse a la muerte dos o tres veces por semana, los respeta y les agradece los momentos de verdad en el ruedo.
Admira a los que hacen del toreo una forma de vida, una forma de relacionarse, de pararse, de sentarse, de amanecerse, como Belmonte y su impasibilidad ante la vida.
Para él, el mejor torero es el que le da a cada toro la lidia que le corresponde. Y el que sabe matar. Si no mata bien, podrá hacer una lidia espectacular, pero nunca llegará a ser un verdadero torero, un matador.

EL MEJOR TORO, ¿PARA QUIÉN?
Decía que el mejor toro debe tener ciertas características, pero que habría que preguntarse cuáles son esas características del mejor toro pero ¿para quién? El mejor toro necesita al mejor torero, y el mejor torero, al mejor toro.
Hasta una persona que no es muy conocedora puede “sentir” el trapío de un toro. Cuando sale al ruedo viene el sobresalto, causa expectación, se puede sentir el peligro.
Ir a las tientas es uno de sus entretenimientos favoritos y las considera una etapa interesantísima de la fiesta de los toros. Ahí los ganaderos seleccionan a las reses que irán al encierro y desean que su toro tenga la fortuna de ser toreado por la figura adecuada, porque los ha visto crecer, los conocen a detalle, saben que tiene cualidades y que si cae en manos de un torero que no tiene calidad, habrán desperdiciado cuatro años de dedicación y trabajo.
Le gustan mucho las ganaderías mexicanas, que han logrado toros con boyantes para que el torero pueda lucirse, para poderle dar un pase tras otro. A un toro mexicano el matador le puede dar ocho o diez muletazos y éste seguirá embistiendo.
“El toro… el toro es el inicio a la corrida, desde cuatro años antes, cuando empieza a formarse.”

EL MOMENTO MÁS IMPORTANTE DE LA CORRIDA
Disfruta todos los momentos de la corrida, pero a la hora de la suerte suprema, la adrenalina se le dispara. La considera el momento más propicio para una cornada. Y es el momento en que tiene que estar especialmente atento, vigilante.
El momento de la muerte lo define como sublime, cuando se el enfrentamiento del toro con el torero, en igualdad de condiciones, cuando el toro tiene todas las facilidades para pegarle una cornada y el torero se entrega de frente a la posibilidad de la muerte.

SUS FIGURAS DEL TOREO
Manolete es sin duda su figura preferida, la suprema. De los españoles le gusta el toreo de “el Juli” y las banderillas de “el Fandi”. Admira la cadencia de Enrique Ponce y lo define como una persona de trato fino y amable. De México admira a Fermín Espinoza “Armillita” y le da un lugar especial a Eloy Cavazos. Recuerda que lo conoció en sus inicios, cuando tenía como 15 años y que lo llevaron a la Mérida en un Valiant Acapulco de la época y que la gente decía que era muy joven y tenían miedo de que lo mataran en el ruedo.

LA ÉTICA DE LA CORRIDA
Cada vez que se refiere a la Fiesta brava, habla de verdades, de autenticidades y de su deseo de que no se extinga. “Creo que lo que más se necesita para que la fiesta de los toros persista es la autenticidad, y seguir los lineamientos que rigen la tauromaquia”.
“Para aplaudir o pedir una oreja o un rabo o un indulto hay que conocer, hay que entender la lidia. Para premiarla, el torero tiene que coronarla con la espada y si la estocada no es correcta el Juez de Plaza debe ser estrictamente justo.”
Parece que lleva pegado el reglamento taurino a la piel, se lo conoce de punto y coma y considera que la ética de la corrida es el reglamento mismo, es apegarse a él. Cumplirlo es colaborar con la fiesta. Si se cumple será una fiesta de los toros de principio a fin, de interés, de emoción, de arte.
“Servir y hacer lo mejor” es su lema, que aplica tanto en la medicina como en la tauromaquia. Esas dos pasiones que hacen de Don César Briceño Navarrete un personaje admirable y entrañable a la vez.
¿Cabrá alguna duda de que en ese cuerpo de doctor, padre, esposo y autoridad en el callejón habita un taurino “de hueso colorado”, como él mismo se define?
La seriedad llega al rostro cuando promete que irá a las plazas siempre que exista verdad en ellas y que dejará de asistir ante su ausencia, pero que eso sí, siempre seguirá haciendo todo lo que esté en sus manos por el bien de la fiesta. Porque según él, “un taurino nunca se corta la coleta… jamás”.

FIN




SU ESPACIO TAURINO


Fotografías, libros, pequeñas esculturas, carteles, billetes de entrada, orejas, banderillas, pinturas y algunas objetos más, reflejan su dedicación y amor profundo por la tauromaquia. En su acogedora galería taurina, le da un valor especial a cada cosa y algunas han enorgullecen su alma taurina: un programa de la última corrida de Manolete en América; otro de su última corrida en Linares, del 28 de agosto de 1947; un billete, con la punta cortada, de esa corrida; una oreja que le brindó Eloy Cavazos durante una corrida y la cabeza de un bicho mexicano de Xajay que también toreó Cavazos, “esa cabeza me encanta, porque está un poco bizco del pitón derecho y eso le da un toque especial”.



sábado, 22 de mayo de 2010

Los personajes de la Plaza Mérida


Por: Ursula Sánchez Rocha

Mayo de 2010

Jorge Barrera, el alguacilillo de la Mérida

I. El alguacilillo

Su padre pintó óleos sobre tauromaquia y sus tíos asistían a las corridas de toros, pero el verdadero acercamiento al mundo taurino sucedió mientras trabajaba como reportero. Asistió a las corridas para cubrir la nota, les fue tomando gusto y se hizo de amigos que disfrutaban de la fiesta tanto como él. Hoy tiene compadrazgo con ganaderos, un sobrino novillero y numerosos amigos en el ambiente taurino.

“Te invito a partir plaza conmigo” le dijo una vez Manolo Martínez hijo…

Sucedió durante un viaje para cubrir un reportaje de la corrida del matador, a quien había conocido en otra ocasión. La cuadrilla lo dejó solo un día antes del evento y el matador recurrió a él para salvar la tarde. “Había toreado algunas veces, pero en fiestas particulares o en ganaderías donde nadie te ve, pero iba a partir plaza con un matador!”…

La mañana de la corrida comenzó la preparación de la mano del matador. Un par de lecciones básicas, escasos minutos de entrenamiento y a elegir el ganado. Conseguir las zapatillas fue una odisea. Hay unos zapatitos típicos yucatecos que se parecen a las zapatillas de los toreros, sólo que están bordados a mano con flores. Siendo lo único que se podía encontrar en Seybaplaya, pueblo de la ciudad de Campeche, los compró y le pidió a la vendedora que le sacara el bordado. El traje de luces negro y oro se lo prestó el matador, aunque nunca lo usó por ser más hermoso que el del segundo del cartel, el novillero Carlos López. El novillero le pidió que intercambiaran trajes y así lo hicieron. Sin dejar de reir me sigue contando, “Carlos López estaba muy flaco, me tuve que acostar en la cama para que me cerrara la botonadura, sufrí para ponérmelo”.

El tercero de la tarde le tocó a Manolo, tan bravo que tuvo que asistirlo. Se animó al ruedo con el capote para distraer al toro. El toró lo vió, lo persiguió, lo hizo soltar el capote y de suerte llegó al burladero.

Esa tarde salió airoso de la plaza, después de torear la vaquilla que le correspondía y de haberse salvado de los pitones del toro.

Y también se quedó con la experiencia en el alma y con la adrenalina recorriéndole el cuerpo. Y recuerda la anécdota como una de las mejores que ha tenido en un ruedo.

El llamado

Hace doce años que Jorge Barrera abrió plaza por primera vez. En aquella ocasión, faltó el alguacilillo a la corrida y un amigo le pidió que lo supliera. Saber montar a caballo fue su pase al ruedo. Una explicación breve y rápida y su habilidad con el equino fueron las herramientas con las que encabezó el paseíllo y su iniciación en esta labor que desde entonces le apasiona. Desde entonces las corridas en la Mérida no empiezan sin él.

Aprendió algunas cosas de Manolo, el que lo antecedió y que ahora vende tortas en un estadio de béisbol. Cuando viaja a otros ruedos intercambia información con otros alguacilillos sobre el qué hacer de esta función.

Después de más de una década, Jorge sigue experimentando miedo y nerviosismo cada vez que se abre ante él la puerta de cuadrillas.

Aunque la encomienda de ser el alguacilillo de la plaza le parece un trabajo sencillo, lo ha asumido con gran responsabilidad. Cuando tuvo oportunidad adquirió un caballo y lo entrenó. “Algunas veces los caballos se asustan al pasar por el callejón”, dice. Cuenta que cuando salen al ruedo, el aplauso de la gente pone nervioso al caballo y lo puede hacer salirse de control. Con el propio, entra al ruedo con confianza.

Presencia en el ruedo

Abriendo plaza

En el paseíllo, la pareja imprescindible del alguacilillo es su caballo. Jorge se ocupa personalmente de prepararlo: lo baña, le hace trenzas en el pelo, le pone aceite para que brille y le sujeta los protectores y la montura.

Él se encarga de mandar confeccionar sus trajes. Viste a la usanza del siglo XVII, pantalón de monta negro con cinta francesa a los costados, camisola negra y capa negra y blanca. Botas militares federicas, guarda cinto y corbata charra dorada, son los accesorios que complementan el traje. Para coronarse usa un hermoso sombrero cordobés, adornado con una pluma roja y una naranja, como la bandera española y su toque personal se lo imprime con un chapetón taurino.

Fuete en mano, cincha a su compañero y lo calienta en el patio de cuadrillas.

Están listos. La respiración se acelera.

La puerta de cuadrillas se abre, de fondo, la música de la banda. Jorge aprieta la rienda y encamina al caballo por el pasillo. Se perfila al ruedo, lo atraviesa a trote, saluda al juez de callejón y le pide al juez de plaza que autorice la corrida. El juez le entrega simbólicamente la llave de toriles y él se la entrega al torilero para después iniciar la formación de los protagonistas de la tarde.

Se planta al frente de la cuadrilla y acompaña pausada y respetuosamente a los matadores en el paseíllo.

En el callejón aguarda con paciencia por las órdenes del juez.

El momento más importante de una tarde de toros

Jorge sabe cuando el matador se merece el premio y aunque es la parte que más disfruta de su labor, le ha tocado entregar algunos que no considera muy merecidos. “Pero cuando verdaderamente hace una faena con sentimiento, cuando veo que se está jugando la vida el torero, hablo con él, lo felicito y le digo que tengo el honor de entregarle su trofeo”… “algunos me abrazan efusivamente, sienten que lo que les digo es de corazón y también siento el abrazo recíproco”

La recompensa en esta labor va más allá de las monedas. Convivir con los toreros, con los aficionados, pertenecer al mundo taurino, hablar el mismo idioma con la gente que comparte la misma pasión, ir a las tientas…para Jorge no tiene precio.

El hombre detrás

Si lo ves por las calles no podrías imaginarte que en sus 1.63 metros, se esconde uno de los personajes protagónicos en el ritual de las corridas de la plaza Mérida.

Cuando no está en el ruedo, trabaja como administrador de la plaza Picheta, en el centro de la ciudad. Es un amoroso padre de tres hijos. Su familia ha sido cómplice en su labor taurina, lo han acompañado y han compartido su pasión por la fiesta. La plaza Mérida lo podría confirmar, ya que ha sido el escenario del bautizo de dos de sus hijos.

En su modesta oficina, me enseña con orgullo su recuerdo taurino más preciado; una fotografía de él junto a Pablo Hermoso, cada uno en su caballo, colgada justo detrás de su escritorio, como acompañándolo. “Pablo Hermoso me autografió esta fotografía”… me cuenta mientras la emoción se avecina en su expresión. A Hermoso le da un lugar especial entre los personajes del toreo que más admira. Se siente orgulloso de haber posando junto a él en sus respectivos equinos y admira la sencillez con la que el rejoneador le elogió la belleza de su caballo. Y aunque por el rejoneador siente peculiar admiración, incluye en su lista de matadores favoritos a Alejandro Silvetti, a José Tomás, a Eloy Cabazos y al Juli.

“ La primera vez que vino el Juli a Yucatán me tocó ver que se vista y grabarlo”, “al Juli le he entregado dos rabos y una oreja en las corridas que ha venido aquí”.

Después del ruedo también hay más. Es veterano integrante de la Peña Taurina Tendido Tapia, en donde desempeña la función de tesorero. Junto a ganaderos, toreros y aficionados prácticos colabora apoyando y difundiendo la fiesta brava. “Convivir con expertos enriquece el conocimiento que yo tengo, nunca terminas de hablar y aprender de toros”.

La reflexión

“Cuando se va a una corrida por primera vez hay que observar el ambiente, escuchar los términos que se usan, ver qué hace el juez, por qué da los trofeos..sólo así se podrá entender, apreciar y valorar la sensibilidad de los personajes de la fiesta”.

Este hombre de expresión amable y noble oficio, piensa que el futuro de la tauromaquia en México es prometedor. Ve en figuras jóvenes como el Payo, Joselito Adame e Hilda Tenorio ganas ser toreros y toreros de los buenos.

Respeta a los antitaurinos, pero les diría que vayan a las corridas y que vean cómo se trata al ganado.

Así de aficionado y apasionado también es justo, y sabe muy bien quién se merece una oreja, y sabe muy bien también, respetar la decisión del juez…

Por último Jorge, para ti qué es la tauromaquia? le pregunto al finalizar la entrevista

“La tauromaquia para mí es el arte y valor de una persona que se juega la vida ante un toro, y de un toro, que en igualdad de circunstancias, participan en una lidia”

Y yo pienso que tiene claridad y sabiduría.

lunes, 3 de mayo de 2010

Castella, a 40 grados

Mérida, Yucatán, México. Plaza de toros Mérida, 2 de mayo de 2010

Por: Ursula Sánchez Rocha

¿Alguna vez oyó una melodía y se conmovió hasta que le brotaron las lágrimas?

En México, Sebastián Castella se ganó el aplauso de los aficionados yucatecos y la Plaza Mérida el honor de ser pisada por esta figura de la tauromaquia. Parece que el nacionalismo mexicano no tuvo cabida en esta ocasión y no hubo asistente que se resistiera al refinado toreo del esbeltísimo.

La afición llegó puntual, llenaba los tendidos y se protegía del implacable sol con parasoles, gafas y sombreros tratando de aminorar sus efectos. Bebida en mano, impacientes, miraban los relojes que no tardaron en apuntar las cuatro de la tarde.

Poco a poco fueron tomando su lugar en el callejón. Primero los ganaderos, después los empresarios y más atrás Luis Manuel Lozano, el apoderado. En medio de la expectación salió de cuadrillas el de los ojos azules, enfundado en un traje de luces haciendo juego con su profunda mirada, en azul y oro.


Castella en el ruedo

Parecía un personaje del siglo XIX, por la manera de portar el traje, montera a cabeza, siempre elegante, orgulloso, refinado, como si lo hubiera tenido toda la vida puesto, y por su actitud de viejo sabio detrás de un rostro perfecto.

El espada salió al ruedo con paso firme, le echó un vistazo, como reconociéndolo, seriedad en la cara, se formó con respeto junto a sus compañeros de tarde y plantados los pies en la arena, saludó a la afición. La montera en la mano derecha lo acompañó en una cruz de cabeza a pecho.

Las miradas de los tres cuartos de la afición en los tendidos se afincaron en su imponente figura, a la expectativa, sin saber mucho qué hacer, entre la incredulidad y el regocijo de tenerlo en estas tierras.

A Sebastián la afición lo ha hecho ambicioso y valeroso. Desde que descubrió que arrimarse al toro le daba placer y alegría, rescató para él el estilo de los toreros de antaño y le imprimió su marca de quietud, espera, temple, serenidad, siempre buscando la faena perfecta.

El silencio fue total cuando salió por el primero, Patriarca, tal silencio no es acostumbrado en la Mérida, pero ante Castella, no hacían falta las palabras.

En el ruedo fue sencillo y humilde y se retiró un tanto cabizbajo después de fallar en la estocada con Patriarca. Una vez que llegaba al callejón, tomaba un respiro y se ajustaba la montera, erguía el cuerpo y levantaba la cabeza, como un caballero que sabe reconocer sus errores y se dispone a enmendarlos.

A su cuadrilla se dirigía con respeto y firmeza y los integrantes parecían adivinar sus peticiones. Sus picadores se ganaron al público desde el primer toro. Si algo tiene Sebastián es que es justo y respetuoso con el burel.

El calor fue inclemente y el de los ojos azules apenas los entrecerraba para aminorar la potente luz del sol que bañaba su rostro. Con su segundo, Señorío, se tomó un descanso durante el primer tercio. Ambos en el ruedo, acalorados. Sebastián recargado sobre la barrera bebiendo un vaso con agua y el astado a un par de metros tomaba un respiro, cual caballeros en medio de la batalla.

Castella hizo lo que mejor sabe hacer para ganarse a la afición, humedecida y enrojecida en los tendidos ardientes. Y aunque la plaza no se llenó a tope yo estuve ahí, y señores, a los aficionados esa tarde se les olvidó el calor y la Plaza Mérida se desbordaba al grito de ¡torero! ¡torero! ¡torero!, y se le sentía llena, satisfecha, como regordeta después de haber disfrutado a uno de los grandes.

El innegable nacionalismo de los mexicanos se doblegó ante el movimiento del capote de Sebastián. La cálida arena del ruedo lo abrazó toda la tarde como pidiéndole que no se fuera. En el último tercio de su tercero la afición quedó en completo silencio, las palmas de las manos unidas, como implorando, algún susurro de ánimo diciéndole ¡es tuyo, matador!... y en un momento, en los medios, tras una espectacular estocada a su tercero, Pincel, puso a los yucatecos de pie.

Sebastián sonreía, a la afición le había dedicado el toro, y había cumplido.

A los presentes se nos salió el corazón, salimos jubilosos, conmovidos, como cuando escuchamos nuestra melodía preferida y se nos inundan los ojos.

Definitivo, indeleble el paso de Castella por la Mérida, a 40 grados.

miércoles, 21 de abril de 2010

Monumento a la sinrazón


Plaza de toros de Colonia del Sacramento
Uruguay, marzo de 2010

Ursula Sánchez Rocha

-¿Qué será esto? ¡Me parece una cancha de fútbol abandonada!- dijo una porteña mientras la miraba desde el ruedo sin poder creer lo que acababa de oir.

Me pasó mientras tomaba mate dentro de la majestuosa plaza de toros en ruinas de Colonia del Sacramento, en Uruguay, después de saltar la barrera, literalmente, entre mi pasión por la Fiesta y el atractivo turístico, pese a las advertencias de las autoridades locales de no hacerlo por peligro de derrumbe.

Viajar sin conocer mucho del lugar al que vas tiene su encanto, por lo menos para mí. Descubrir poco a poco lo que no está a la vista del turista común, admirar, comer, oler, tocar, sentir, conectar tus sentidos con el lugar, hacerlo tuyo. Eso es lo que disfruto cuando viajo. Y en esta ocasión, cuando fui a Colonia, lo hice de la misma manera, pero con un objetivo principal: conocer la Plaza de Toros…y sin imaginar lo que descubriría a partir de mi deseo.

La pequeña y europeísima Colonia es el reflejo de los conflictos entre la España y el Portugal de finales del siglo XVII, cuando estos países pretendían extender sus fronteras hasta donde pudieran. Balcones con flores, calles estrechas y empedradas que desembocan en el Río de la Plata, el encantador faro que ilumina a los navegantes desde 1857 y el barrio histórico, que desde 1995 es Patrimonio de la Humanidad, son el escenario perfecto en el que se enmarca la historia de la Plaza de Toros, un monumento, sin duda, a la sin razón.

El gobierno de José Battle y Ordoñez, presidente de Uruguay en dos periodos entre 1903 y 1915, marcó la historia de su país y también la de la tauromaquia en Sudamérica.

Durante su gobierno, llevó a la cúspide del “bienestar” a Uruguay y hasta hubo quien equiparara al terruño con un lugar muy europeo. Transformó al país en una de las naciones más progresistas y estables económica y políticamente de América Latina; entre otras cosas por ser uno de los primeros países en establecer el derecho al divorcio, el sufragio femenino y el sistema educativo gratuito, obligatorio y laico.

En este ambiente de prosperidad, ya cerca del siglo XX, se desarrolló, en las afueras de la ciudad, el “Real de San Carlos”, un complejo para los turistas principalmente de la provincia de Buenos Aires, que visitaban Colonia. Por su cercanía con esa ciudad, desde siempre Colonia ha sido visitada y también habitada por porteños, a tal grado que en un tiempo existió la idea de construir un puente para unir las dos ciudades.

El complejo, concebido por Nicolás Mihanovich, empresario argentino, contemplaba la construcción de un hotel con casino, una cancha de frontón de pelota vasca, una central eléctrica y…una Plaza de Toros. Del casino sólo se construyó el anexo y en el frontón se realizaron dos campeonatos mundiales y no se utilizó más.

Por cierto habría que destacar que en Uruguay la permisión de las corridas de toros tuvo corta vida. En 1776 se construyó en Montevideo, la capital, el primer recinto para espectáculos taurinos, que funcionó durante cuatro años. Más tarde, en 1785, se levantó en la misma ciudad otro coso que sólo permaneció funcionando un año y lo que le siguió fue un circo armable en donde se celebraron un centenar de corridas.

En 1885 se edificó, también en la capital, la Plaza de la Unión, la más importante y grande del país, construida con dinero de más de doscientos accionistas y con capacidad para doce mil espectadores. Fue ahí donde empezó la trayectoria mortal de la tauromaquia en Uruguay, pues en 1888 el matador Joaquín Sanz Almenar, conocido como “Punteret”, fue cogido de muerte por Cocinero, tratando de banderillarlo sentado en una silla, lo que terminó con la fiesta en el país, por considerar su osadía como un suicidio.

En un sobresalto inesperado de la dicha trayectoria mortal de la Fiesta, en 1935 se aprobó una nueva ley que permitía las corridas únicamente en Colonia.

En una caprichosa apuesta millonaria y acatando previos acuerdos con la autoridad uruguaya, que en ese momento sólo autorizaba el espectáculo simulando la corrida, sin poner en riesgo al animal ni al torero, Mihanovich inició la construcción de la plaza.

Armazones de hierro inglés y bloques de hormigón enmarcan el ruedo. De inigualable belleza, la Plaza de Toros de arquitectura inconfundiblemente morisca, contó con un bar, restaurante, palco, enfermería y hasta una capilla.

El 9 de enero de 1910 fue el día perfecto para la inolvidable y pomposa inauguración del coso. Mihanovich, en su afán de recuperar lo invertido y bajo la presión de las exigencias del público, principalmente argentino y que ya había perdido la oportunidad de ver corridas en su país, anunció el cartel estelar en el que figuraron los matadores españoles Emilio Torres “Bombita” y Ricardo Torres “Bombita Chico”, a los que pudieron admirar más de 10 mil espectadores.

Bombita fue el novillero más solicitado en 1893, y ese mismo año, a los 19 de edad, se convirtió en matador. Su exitosa carrera continuó hasta 1896, con faenas históricas como la que hizo en Madrid a Zancajoso, de Veragua. En 1903 se despidió de su público en Madrid y se cortó la coleta, pero siguió toreando hasta 1912, año en el que alternó con Vicente Pastor en México.

Para 1906, su hermano, Ricardo Torres, Bombita Chico, era una de las figuras del toreo de su época, habiéndose afianzado en 1904 con 63 corridas. Triunfó en Madrid y vino a México, donde un toro de Piedras Negras le dio una cogida de bienvenida. Se retiró en 1913, en una espectacular corrida donde a Cigarrón, el quinto de la tarde, le cortó la oreja.

Los espectadores querían ver corridas reales, por las que pagaron y, Mihanovich, para complacerlos ignoró los acuerdos hechos y dejó de un lado los simulacros.

En la Plaza se realizaron corridas de toros auténticos: con matadores y toros, a muerte. Oficialmente fueron ocho. Dicen que Gardel también estuvo ahí, pero para cantar, cuando aún no era tan famoso.

En 1912, el 16 de septiembre, el presidente Battle anunció su proyecto de suprimir las corridas de toros; el 16 de diciembre se apagó la Fiesta en todo el territorio de Uruguay.

Hace cien años que se construyó la Plaza de Toros de Colonia y hace 98 que no hay corridas. Millones de pesos invertidos y olvidados. Belleza arquitectónica en ruinas, admirada a duras penas por quien logra quitarse los lentes del prejuicio, paso obligado del turista que de vez en cuando no sabe ni lo que es una plaza de toros…

Proyecto fallido, sobre todo vestigio histórico olvidado, apenas mencionado en guías turísticas y libros, de la época dorada de Colonia, colonialísima, que alguna vez perteneció a España, cuna de la tauromaquia.

En esos tiempos, vapores argentinos llegaron a Colonia con un sinfín de pasajeros que iban a la corrida y los porteños se disputaban los lugares en las embarcaciones para poder llegar a tiempo. Como cuando crucé el Río de la Plata, en el moderno Buquebús y llegué a Colonia, también, con el deseo de conocer la Plaza…

Yo propongo para la plaza de toros de Colonia un museo o ¿por qué no?, un hotel como el de Almadén en España; o el de Zacatecas en la ex Plaza de Toros San Pedro, en México.

Yo propongo hacerle un homenaje digno a su historia, dar una razón a este monumento sin igual. A este monumento, hoy, sin razón.