Raúl Salcedo, bailaor y torero

miércoles, 21 de abril de 2010

Monumento a la sinrazón


Plaza de toros de Colonia del Sacramento
Uruguay, marzo de 2010

Ursula Sánchez Rocha

-¿Qué será esto? ¡Me parece una cancha de fútbol abandonada!- dijo una porteña mientras la miraba desde el ruedo sin poder creer lo que acababa de oir.

Me pasó mientras tomaba mate dentro de la majestuosa plaza de toros en ruinas de Colonia del Sacramento, en Uruguay, después de saltar la barrera, literalmente, entre mi pasión por la Fiesta y el atractivo turístico, pese a las advertencias de las autoridades locales de no hacerlo por peligro de derrumbe.

Viajar sin conocer mucho del lugar al que vas tiene su encanto, por lo menos para mí. Descubrir poco a poco lo que no está a la vista del turista común, admirar, comer, oler, tocar, sentir, conectar tus sentidos con el lugar, hacerlo tuyo. Eso es lo que disfruto cuando viajo. Y en esta ocasión, cuando fui a Colonia, lo hice de la misma manera, pero con un objetivo principal: conocer la Plaza de Toros…y sin imaginar lo que descubriría a partir de mi deseo.

La pequeña y europeísima Colonia es el reflejo de los conflictos entre la España y el Portugal de finales del siglo XVII, cuando estos países pretendían extender sus fronteras hasta donde pudieran. Balcones con flores, calles estrechas y empedradas que desembocan en el Río de la Plata, el encantador faro que ilumina a los navegantes desde 1857 y el barrio histórico, que desde 1995 es Patrimonio de la Humanidad, son el escenario perfecto en el que se enmarca la historia de la Plaza de Toros, un monumento, sin duda, a la sin razón.

El gobierno de José Battle y Ordoñez, presidente de Uruguay en dos periodos entre 1903 y 1915, marcó la historia de su país y también la de la tauromaquia en Sudamérica.

Durante su gobierno, llevó a la cúspide del “bienestar” a Uruguay y hasta hubo quien equiparara al terruño con un lugar muy europeo. Transformó al país en una de las naciones más progresistas y estables económica y políticamente de América Latina; entre otras cosas por ser uno de los primeros países en establecer el derecho al divorcio, el sufragio femenino y el sistema educativo gratuito, obligatorio y laico.

En este ambiente de prosperidad, ya cerca del siglo XX, se desarrolló, en las afueras de la ciudad, el “Real de San Carlos”, un complejo para los turistas principalmente de la provincia de Buenos Aires, que visitaban Colonia. Por su cercanía con esa ciudad, desde siempre Colonia ha sido visitada y también habitada por porteños, a tal grado que en un tiempo existió la idea de construir un puente para unir las dos ciudades.

El complejo, concebido por Nicolás Mihanovich, empresario argentino, contemplaba la construcción de un hotel con casino, una cancha de frontón de pelota vasca, una central eléctrica y…una Plaza de Toros. Del casino sólo se construyó el anexo y en el frontón se realizaron dos campeonatos mundiales y no se utilizó más.

Por cierto habría que destacar que en Uruguay la permisión de las corridas de toros tuvo corta vida. En 1776 se construyó en Montevideo, la capital, el primer recinto para espectáculos taurinos, que funcionó durante cuatro años. Más tarde, en 1785, se levantó en la misma ciudad otro coso que sólo permaneció funcionando un año y lo que le siguió fue un circo armable en donde se celebraron un centenar de corridas.

En 1885 se edificó, también en la capital, la Plaza de la Unión, la más importante y grande del país, construida con dinero de más de doscientos accionistas y con capacidad para doce mil espectadores. Fue ahí donde empezó la trayectoria mortal de la tauromaquia en Uruguay, pues en 1888 el matador Joaquín Sanz Almenar, conocido como “Punteret”, fue cogido de muerte por Cocinero, tratando de banderillarlo sentado en una silla, lo que terminó con la fiesta en el país, por considerar su osadía como un suicidio.

En un sobresalto inesperado de la dicha trayectoria mortal de la Fiesta, en 1935 se aprobó una nueva ley que permitía las corridas únicamente en Colonia.

En una caprichosa apuesta millonaria y acatando previos acuerdos con la autoridad uruguaya, que en ese momento sólo autorizaba el espectáculo simulando la corrida, sin poner en riesgo al animal ni al torero, Mihanovich inició la construcción de la plaza.

Armazones de hierro inglés y bloques de hormigón enmarcan el ruedo. De inigualable belleza, la Plaza de Toros de arquitectura inconfundiblemente morisca, contó con un bar, restaurante, palco, enfermería y hasta una capilla.

El 9 de enero de 1910 fue el día perfecto para la inolvidable y pomposa inauguración del coso. Mihanovich, en su afán de recuperar lo invertido y bajo la presión de las exigencias del público, principalmente argentino y que ya había perdido la oportunidad de ver corridas en su país, anunció el cartel estelar en el que figuraron los matadores españoles Emilio Torres “Bombita” y Ricardo Torres “Bombita Chico”, a los que pudieron admirar más de 10 mil espectadores.

Bombita fue el novillero más solicitado en 1893, y ese mismo año, a los 19 de edad, se convirtió en matador. Su exitosa carrera continuó hasta 1896, con faenas históricas como la que hizo en Madrid a Zancajoso, de Veragua. En 1903 se despidió de su público en Madrid y se cortó la coleta, pero siguió toreando hasta 1912, año en el que alternó con Vicente Pastor en México.

Para 1906, su hermano, Ricardo Torres, Bombita Chico, era una de las figuras del toreo de su época, habiéndose afianzado en 1904 con 63 corridas. Triunfó en Madrid y vino a México, donde un toro de Piedras Negras le dio una cogida de bienvenida. Se retiró en 1913, en una espectacular corrida donde a Cigarrón, el quinto de la tarde, le cortó la oreja.

Los espectadores querían ver corridas reales, por las que pagaron y, Mihanovich, para complacerlos ignoró los acuerdos hechos y dejó de un lado los simulacros.

En la Plaza se realizaron corridas de toros auténticos: con matadores y toros, a muerte. Oficialmente fueron ocho. Dicen que Gardel también estuvo ahí, pero para cantar, cuando aún no era tan famoso.

En 1912, el 16 de septiembre, el presidente Battle anunció su proyecto de suprimir las corridas de toros; el 16 de diciembre se apagó la Fiesta en todo el territorio de Uruguay.

Hace cien años que se construyó la Plaza de Toros de Colonia y hace 98 que no hay corridas. Millones de pesos invertidos y olvidados. Belleza arquitectónica en ruinas, admirada a duras penas por quien logra quitarse los lentes del prejuicio, paso obligado del turista que de vez en cuando no sabe ni lo que es una plaza de toros…

Proyecto fallido, sobre todo vestigio histórico olvidado, apenas mencionado en guías turísticas y libros, de la época dorada de Colonia, colonialísima, que alguna vez perteneció a España, cuna de la tauromaquia.

En esos tiempos, vapores argentinos llegaron a Colonia con un sinfín de pasajeros que iban a la corrida y los porteños se disputaban los lugares en las embarcaciones para poder llegar a tiempo. Como cuando crucé el Río de la Plata, en el moderno Buquebús y llegué a Colonia, también, con el deseo de conocer la Plaza…

Yo propongo para la plaza de toros de Colonia un museo o ¿por qué no?, un hotel como el de Almadén en España; o el de Zacatecas en la ex Plaza de Toros San Pedro, en México.

Yo propongo hacerle un homenaje digno a su historia, dar una razón a este monumento sin igual. A este monumento, hoy, sin razón.


Para siempre tauromaquia


Alfredo Ríos "El Conde", en la Plaza Mérida.
Temporada 2009

Por: Ursula Sánchez Rocha

La tauromaquia se quedará para siempre entre nosotros, inmortalizada por los grandes artistas de antaño y modernos, plasmada en lienzos, pulida en metales, impresa en papel e interpretada en voces magistrales.

Y es que no hay nada más impresionante que admirar la belleza imponente de un poderoso toro de lidia, mezcla de bravura y nobleza, de mirada fija y astas desafiantes frente al matador en traje de luces, elegante, seguro, valiente, dispuestos a defender su vida, a jugársela en el ruedo. Y que decir de los espectadores, hechos uno, un corazón latiendo al mismo ritmo, hermanados mientras dura la corrida…Pero eso es meramente subjetivo.

Lo que no se puede negar es que la tauromaquia ha ido de la mano en un eterno romance con todas las formas que el arte tiene para expresarse, si no que le pregunten a Hemingway, a quien le robó el corazón y quien apresuró la pluma para ir plasmando una a una, sus impresiones, opiniones y vivencias en los ruedos españoles. Lo hizo en dos grandes obras de la literatura. Primero Fiesta, que publicó en 1927, inspirado tras asistir en Pamplona, a la Fiesta de San Fermín. Cinco años después le siguió Muerte en la Tarde, uno de los grandes libros sobre el tema taurino, un ensayo profundo sobre la tragedia, la vida y la dignidad de morir, además de una detallada descripción de la corrida, desde su perspectiva como gran conocedor y amante de los toros y por supuesto, escrito magistralmente.

Los pinceles tampoco se ha resistido a la magia de la Fiesta. Fernando Botero, por ejemplo, eligió el tema y lo adaptó a sus convicciones personales e impregnó en sus pinturas su afición por los toros…el picador es su figura preferida y sus matadores de complexiones desmesuradas, su identidad.

Para Picasso la tauromaquia fue su gran pasión y con ella abrió y cerró su obra pictórica. En los años treinta, viajó por España, fue a varias corridas de toros y empezó a plasmar sus impresiones en cerámicas y grabados. Le imprimió a sus obras su perspectiva personal y representó la figura del toro como animal mítico y con gran fuerza sexual.

Los toros también inundaron la obra escultorica de Humberto Peraza, gran aficionado taurino. En Mexico, Eloy Cavazos y Miguel Espinoza “Armillita” quedaron, entre otros, inmortalizados en la Monumental Plaza Mexico; en Madrid dejó El Torero y en Paris su Duelo de toros. Pasión mexicana para el mundo.

Y para los melómanos, quien disfrute de la ópera reconocerá esta magnífica aria, Toreador, de la obra Carmen de Bizet, en donde al torero Escamillo se le fuga el amor de Carmen por una puñalada mortal de Don José, mientras él triunfa en la plaza de toros.

“Car c'est la fête du courage!

C'est la fête des gens de coeur!

Allons ! en garde ! Allons ! Allons !

ah !Toréador, en garde ! Toréador, Toréador !

(Esta es la fiesta del valor! Es la fiesta de la gente con corazón! Vamos, en guardia! Vamos! Ah! Torero en guardia! Torero, torero!)

Y la arquitectura también se rindió y redondeles y callejones tendrán en común las plazas de toros, pero fue cuando los toreros se bajaron del caballo, en el siglo XVIII, que los grandes arquitectos comenzaron a construir estos espacios especializados para las corridas.

Ladrillos y arcos arabescos caracterizan la hermosa arquitectura de la plaza de toros de las Ventas, en Madrid, decorada hermosamente con incrustaciones de azulejos. Y para los mexicanos, mitad bajo la tierra, en profundas excavaciones y mitad en la superficie, se nos regala, así de provocativa, la construcción de la Monumental Plaza de Toros México, la de mayor capacidad en el mundo, por cierto.

Grandes historias de amor en el mundo del toreo se han entretejido en el cine también, como la de Juan Gallardo, torero a quien el amor de una mujer prohibida le lleva a la perdición, en Sangre y Arena de Vicente Blasco.

Los toros también fueron la gran pasión del Premio Cervantes Gerardo Diego que publicó dos libros de poesía taurina en los que recrea las suertes del toreo, La Suerte o la Muerte y El Cordobés Dilucidado. En su poema Torerillo de Triana, versa:

“Me perfilo. La espada.
Los dedos mojo.
Abanico y mirada.
Clavel y antojo.”

En cada una de sus manifestaciones, el arte nos recuerda quienes somos, hacia donde vamos, nos ayuda a entender de donde venimos y como un gran espejo nos refleja y nos regala un lenguaje para expresar nuestras ideas, nuestras emociones, nuestra cosmovisión. Imposible explicar nuestra historia sin recurrir a él.

Común denominador de espiritus elevados, musa de talentos, reflejo de nuestra cultura, herencia de nuestros antepasados, para siempre: tauromaquia.

Y si todavía quedara alguna duda de lo dicho, yo preferiría tomar al toro por los cuernos¨…