Por: Ursula Sánchez Rocha
La tauromaquia se quedará para siempre entre nosotros, inmortalizada por los grandes artistas de antaño y modernos, plasmada en lienzos, pulida en metales, impresa en papel e interpretada en voces magistrales.
Y es que no hay nada más impresionante que admirar la belleza imponente de un poderoso toro de lidia, mezcla de bravura y nobleza, de mirada fija y astas desafiantes frente al matador en traje de luces, elegante, seguro, valiente, dispuestos a defender su vida, a jugársela en el ruedo. Y que decir de los espectadores, hechos uno, un corazón latiendo al mismo ritmo, hermanados mientras dura la corrida…Pero eso es meramente subjetivo.
Lo que no se puede negar es que la tauromaquia ha ido de la mano en un eterno romance con todas las formas que el arte tiene para expresarse, si no que le pregunten a Hemingway, a quien le robó el corazón y quien apresuró la pluma para ir plasmando una a una, sus impresiones, opiniones y vivencias en los ruedos españoles. Lo hizo en dos grandes obras de la literatura. Primero Fiesta, que publicó en 1927, inspirado tras asistir en Pamplona, a la Fiesta de San Fermín. Cinco años después le siguió Muerte en la Tarde, uno de los grandes libros sobre el tema taurino, un ensayo profundo sobre la tragedia, la vida y la dignidad de morir, además de una detallada descripción de la corrida, desde su perspectiva como gran conocedor y amante de los toros y por supuesto, escrito magistralmente.
Los pinceles tampoco se ha resistido a la magia de la Fiesta. Fernando Botero, por ejemplo, eligió el tema y lo adaptó a sus convicciones personales e impregnó en sus pinturas su afición por los toros…el picador es su figura preferida y sus matadores de complexiones desmesuradas, su identidad.
Para Picasso la tauromaquia fue su gran pasión y con ella abrió y cerró su obra pictórica. En los años treinta, viajó por España, fue a varias corridas de toros y empezó a plasmar sus impresiones en cerámicas y grabados. Le imprimió a sus obras su perspectiva personal y representó la figura del toro como animal mítico y con gran fuerza sexual.
Los toros también inundaron la obra escultorica de Humberto Peraza, gran aficionado taurino. En Mexico, Eloy Cavazos y Miguel Espinoza “Armillita” quedaron, entre otros, inmortalizados en la Monumental Plaza Mexico; en Madrid dejó El Torero y en Paris su Duelo de toros. Pasión mexicana para el mundo.
Y para los melómanos, quien disfrute de la ópera reconocerá esta magnífica aria, Toreador, de la obra Carmen de Bizet, en donde al torero Escamillo se le fuga el amor de Carmen por una puñalada mortal de Don José, mientras él triunfa en la plaza de toros.
“Car c'est la fête du courage!
C'est la fête des gens de coeur!
Allons ! en garde ! Allons ! Allons !
ah !Toréador, en garde ! Toréador, Toréador !
(Esta es la fiesta del valor! Es la fiesta de la gente con corazón! Vamos, en guardia! Vamos! Ah! Torero en guardia! Torero, torero!)
Y la arquitectura también se rindió y redondeles y callejones tendrán en común las plazas de toros, pero fue cuando los toreros se bajaron del caballo, en el siglo XVIII, que los grandes arquitectos comenzaron a construir estos espacios especializados para las corridas.
Ladrillos y arcos arabescos caracterizan la hermosa arquitectura de la plaza de toros de las Ventas, en Madrid, decorada hermosamente con incrustaciones de azulejos. Y para los mexicanos, mitad bajo la tierra, en profundas excavaciones y mitad en la superficie, se nos regala, así de provocativa, la construcción de la Monumental Plaza de Toros México, la de mayor capacidad en el mundo, por cierto.
Grandes historias de amor en el mundo del toreo se han entretejido en el cine también, como la de Juan Gallardo, torero a quien el amor de una mujer prohibida le lleva a la perdición, en Sangre y Arena de Vicente Blasco.
Los toros también fueron la gran pasión del Premio Cervantes Gerardo Diego que publicó dos libros de poesía taurina en los que recrea las suertes del toreo, La Suerte o la Muerte y El Cordobés Dilucidado. En su poema Torerillo de Triana, versa:
En cada una de sus manifestaciones, el arte nos recuerda quienes somos, hacia donde vamos, nos ayuda a entender de donde venimos y como un gran espejo nos refleja y nos regala un lenguaje para expresar nuestras ideas, nuestras emociones, nuestra cosmovisión. Imposible explicar nuestra historia sin recurrir a él.
Común denominador de espiritus elevados, musa de talentos, reflejo de nuestra cultura, herencia de nuestros antepasados, para siempre: tauromaquia.
Y si todavía quedara alguna duda de lo dicho, yo preferiría tomar al toro por los cuernos¨…
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