Raúl Salcedo, bailaor y torero

sábado, 22 de mayo de 2010

Los personajes de la Plaza Mérida


Por: Ursula Sánchez Rocha

Mayo de 2010

Jorge Barrera, el alguacilillo de la Mérida

I. El alguacilillo

Su padre pintó óleos sobre tauromaquia y sus tíos asistían a las corridas de toros, pero el verdadero acercamiento al mundo taurino sucedió mientras trabajaba como reportero. Asistió a las corridas para cubrir la nota, les fue tomando gusto y se hizo de amigos que disfrutaban de la fiesta tanto como él. Hoy tiene compadrazgo con ganaderos, un sobrino novillero y numerosos amigos en el ambiente taurino.

“Te invito a partir plaza conmigo” le dijo una vez Manolo Martínez hijo…

Sucedió durante un viaje para cubrir un reportaje de la corrida del matador, a quien había conocido en otra ocasión. La cuadrilla lo dejó solo un día antes del evento y el matador recurrió a él para salvar la tarde. “Había toreado algunas veces, pero en fiestas particulares o en ganaderías donde nadie te ve, pero iba a partir plaza con un matador!”…

La mañana de la corrida comenzó la preparación de la mano del matador. Un par de lecciones básicas, escasos minutos de entrenamiento y a elegir el ganado. Conseguir las zapatillas fue una odisea. Hay unos zapatitos típicos yucatecos que se parecen a las zapatillas de los toreros, sólo que están bordados a mano con flores. Siendo lo único que se podía encontrar en Seybaplaya, pueblo de la ciudad de Campeche, los compró y le pidió a la vendedora que le sacara el bordado. El traje de luces negro y oro se lo prestó el matador, aunque nunca lo usó por ser más hermoso que el del segundo del cartel, el novillero Carlos López. El novillero le pidió que intercambiaran trajes y así lo hicieron. Sin dejar de reir me sigue contando, “Carlos López estaba muy flaco, me tuve que acostar en la cama para que me cerrara la botonadura, sufrí para ponérmelo”.

El tercero de la tarde le tocó a Manolo, tan bravo que tuvo que asistirlo. Se animó al ruedo con el capote para distraer al toro. El toró lo vió, lo persiguió, lo hizo soltar el capote y de suerte llegó al burladero.

Esa tarde salió airoso de la plaza, después de torear la vaquilla que le correspondía y de haberse salvado de los pitones del toro.

Y también se quedó con la experiencia en el alma y con la adrenalina recorriéndole el cuerpo. Y recuerda la anécdota como una de las mejores que ha tenido en un ruedo.

El llamado

Hace doce años que Jorge Barrera abrió plaza por primera vez. En aquella ocasión, faltó el alguacilillo a la corrida y un amigo le pidió que lo supliera. Saber montar a caballo fue su pase al ruedo. Una explicación breve y rápida y su habilidad con el equino fueron las herramientas con las que encabezó el paseíllo y su iniciación en esta labor que desde entonces le apasiona. Desde entonces las corridas en la Mérida no empiezan sin él.

Aprendió algunas cosas de Manolo, el que lo antecedió y que ahora vende tortas en un estadio de béisbol. Cuando viaja a otros ruedos intercambia información con otros alguacilillos sobre el qué hacer de esta función.

Después de más de una década, Jorge sigue experimentando miedo y nerviosismo cada vez que se abre ante él la puerta de cuadrillas.

Aunque la encomienda de ser el alguacilillo de la plaza le parece un trabajo sencillo, lo ha asumido con gran responsabilidad. Cuando tuvo oportunidad adquirió un caballo y lo entrenó. “Algunas veces los caballos se asustan al pasar por el callejón”, dice. Cuenta que cuando salen al ruedo, el aplauso de la gente pone nervioso al caballo y lo puede hacer salirse de control. Con el propio, entra al ruedo con confianza.

Presencia en el ruedo

Abriendo plaza

En el paseíllo, la pareja imprescindible del alguacilillo es su caballo. Jorge se ocupa personalmente de prepararlo: lo baña, le hace trenzas en el pelo, le pone aceite para que brille y le sujeta los protectores y la montura.

Él se encarga de mandar confeccionar sus trajes. Viste a la usanza del siglo XVII, pantalón de monta negro con cinta francesa a los costados, camisola negra y capa negra y blanca. Botas militares federicas, guarda cinto y corbata charra dorada, son los accesorios que complementan el traje. Para coronarse usa un hermoso sombrero cordobés, adornado con una pluma roja y una naranja, como la bandera española y su toque personal se lo imprime con un chapetón taurino.

Fuete en mano, cincha a su compañero y lo calienta en el patio de cuadrillas.

Están listos. La respiración se acelera.

La puerta de cuadrillas se abre, de fondo, la música de la banda. Jorge aprieta la rienda y encamina al caballo por el pasillo. Se perfila al ruedo, lo atraviesa a trote, saluda al juez de callejón y le pide al juez de plaza que autorice la corrida. El juez le entrega simbólicamente la llave de toriles y él se la entrega al torilero para después iniciar la formación de los protagonistas de la tarde.

Se planta al frente de la cuadrilla y acompaña pausada y respetuosamente a los matadores en el paseíllo.

En el callejón aguarda con paciencia por las órdenes del juez.

El momento más importante de una tarde de toros

Jorge sabe cuando el matador se merece el premio y aunque es la parte que más disfruta de su labor, le ha tocado entregar algunos que no considera muy merecidos. “Pero cuando verdaderamente hace una faena con sentimiento, cuando veo que se está jugando la vida el torero, hablo con él, lo felicito y le digo que tengo el honor de entregarle su trofeo”… “algunos me abrazan efusivamente, sienten que lo que les digo es de corazón y también siento el abrazo recíproco”

La recompensa en esta labor va más allá de las monedas. Convivir con los toreros, con los aficionados, pertenecer al mundo taurino, hablar el mismo idioma con la gente que comparte la misma pasión, ir a las tientas…para Jorge no tiene precio.

El hombre detrás

Si lo ves por las calles no podrías imaginarte que en sus 1.63 metros, se esconde uno de los personajes protagónicos en el ritual de las corridas de la plaza Mérida.

Cuando no está en el ruedo, trabaja como administrador de la plaza Picheta, en el centro de la ciudad. Es un amoroso padre de tres hijos. Su familia ha sido cómplice en su labor taurina, lo han acompañado y han compartido su pasión por la fiesta. La plaza Mérida lo podría confirmar, ya que ha sido el escenario del bautizo de dos de sus hijos.

En su modesta oficina, me enseña con orgullo su recuerdo taurino más preciado; una fotografía de él junto a Pablo Hermoso, cada uno en su caballo, colgada justo detrás de su escritorio, como acompañándolo. “Pablo Hermoso me autografió esta fotografía”… me cuenta mientras la emoción se avecina en su expresión. A Hermoso le da un lugar especial entre los personajes del toreo que más admira. Se siente orgulloso de haber posando junto a él en sus respectivos equinos y admira la sencillez con la que el rejoneador le elogió la belleza de su caballo. Y aunque por el rejoneador siente peculiar admiración, incluye en su lista de matadores favoritos a Alejandro Silvetti, a José Tomás, a Eloy Cabazos y al Juli.

“ La primera vez que vino el Juli a Yucatán me tocó ver que se vista y grabarlo”, “al Juli le he entregado dos rabos y una oreja en las corridas que ha venido aquí”.

Después del ruedo también hay más. Es veterano integrante de la Peña Taurina Tendido Tapia, en donde desempeña la función de tesorero. Junto a ganaderos, toreros y aficionados prácticos colabora apoyando y difundiendo la fiesta brava. “Convivir con expertos enriquece el conocimiento que yo tengo, nunca terminas de hablar y aprender de toros”.

La reflexión

“Cuando se va a una corrida por primera vez hay que observar el ambiente, escuchar los términos que se usan, ver qué hace el juez, por qué da los trofeos..sólo así se podrá entender, apreciar y valorar la sensibilidad de los personajes de la fiesta”.

Este hombre de expresión amable y noble oficio, piensa que el futuro de la tauromaquia en México es prometedor. Ve en figuras jóvenes como el Payo, Joselito Adame e Hilda Tenorio ganas ser toreros y toreros de los buenos.

Respeta a los antitaurinos, pero les diría que vayan a las corridas y que vean cómo se trata al ganado.

Así de aficionado y apasionado también es justo, y sabe muy bien quién se merece una oreja, y sabe muy bien también, respetar la decisión del juez…

Por último Jorge, para ti qué es la tauromaquia? le pregunto al finalizar la entrevista

“La tauromaquia para mí es el arte y valor de una persona que se juega la vida ante un toro, y de un toro, que en igualdad de circunstancias, participan en una lidia”

Y yo pienso que tiene claridad y sabiduría.

lunes, 3 de mayo de 2010

Castella, a 40 grados

Mérida, Yucatán, México. Plaza de toros Mérida, 2 de mayo de 2010

Por: Ursula Sánchez Rocha

¿Alguna vez oyó una melodía y se conmovió hasta que le brotaron las lágrimas?

En México, Sebastián Castella se ganó el aplauso de los aficionados yucatecos y la Plaza Mérida el honor de ser pisada por esta figura de la tauromaquia. Parece que el nacionalismo mexicano no tuvo cabida en esta ocasión y no hubo asistente que se resistiera al refinado toreo del esbeltísimo.

La afición llegó puntual, llenaba los tendidos y se protegía del implacable sol con parasoles, gafas y sombreros tratando de aminorar sus efectos. Bebida en mano, impacientes, miraban los relojes que no tardaron en apuntar las cuatro de la tarde.

Poco a poco fueron tomando su lugar en el callejón. Primero los ganaderos, después los empresarios y más atrás Luis Manuel Lozano, el apoderado. En medio de la expectación salió de cuadrillas el de los ojos azules, enfundado en un traje de luces haciendo juego con su profunda mirada, en azul y oro.


Castella en el ruedo

Parecía un personaje del siglo XIX, por la manera de portar el traje, montera a cabeza, siempre elegante, orgulloso, refinado, como si lo hubiera tenido toda la vida puesto, y por su actitud de viejo sabio detrás de un rostro perfecto.

El espada salió al ruedo con paso firme, le echó un vistazo, como reconociéndolo, seriedad en la cara, se formó con respeto junto a sus compañeros de tarde y plantados los pies en la arena, saludó a la afición. La montera en la mano derecha lo acompañó en una cruz de cabeza a pecho.

Las miradas de los tres cuartos de la afición en los tendidos se afincaron en su imponente figura, a la expectativa, sin saber mucho qué hacer, entre la incredulidad y el regocijo de tenerlo en estas tierras.

A Sebastián la afición lo ha hecho ambicioso y valeroso. Desde que descubrió que arrimarse al toro le daba placer y alegría, rescató para él el estilo de los toreros de antaño y le imprimió su marca de quietud, espera, temple, serenidad, siempre buscando la faena perfecta.

El silencio fue total cuando salió por el primero, Patriarca, tal silencio no es acostumbrado en la Mérida, pero ante Castella, no hacían falta las palabras.

En el ruedo fue sencillo y humilde y se retiró un tanto cabizbajo después de fallar en la estocada con Patriarca. Una vez que llegaba al callejón, tomaba un respiro y se ajustaba la montera, erguía el cuerpo y levantaba la cabeza, como un caballero que sabe reconocer sus errores y se dispone a enmendarlos.

A su cuadrilla se dirigía con respeto y firmeza y los integrantes parecían adivinar sus peticiones. Sus picadores se ganaron al público desde el primer toro. Si algo tiene Sebastián es que es justo y respetuoso con el burel.

El calor fue inclemente y el de los ojos azules apenas los entrecerraba para aminorar la potente luz del sol que bañaba su rostro. Con su segundo, Señorío, se tomó un descanso durante el primer tercio. Ambos en el ruedo, acalorados. Sebastián recargado sobre la barrera bebiendo un vaso con agua y el astado a un par de metros tomaba un respiro, cual caballeros en medio de la batalla.

Castella hizo lo que mejor sabe hacer para ganarse a la afición, humedecida y enrojecida en los tendidos ardientes. Y aunque la plaza no se llenó a tope yo estuve ahí, y señores, a los aficionados esa tarde se les olvidó el calor y la Plaza Mérida se desbordaba al grito de ¡torero! ¡torero! ¡torero!, y se le sentía llena, satisfecha, como regordeta después de haber disfrutado a uno de los grandes.

El innegable nacionalismo de los mexicanos se doblegó ante el movimiento del capote de Sebastián. La cálida arena del ruedo lo abrazó toda la tarde como pidiéndole que no se fuera. En el último tercio de su tercero la afición quedó en completo silencio, las palmas de las manos unidas, como implorando, algún susurro de ánimo diciéndole ¡es tuyo, matador!... y en un momento, en los medios, tras una espectacular estocada a su tercero, Pincel, puso a los yucatecos de pie.

Sebastián sonreía, a la afición le había dedicado el toro, y había cumplido.

A los presentes se nos salió el corazón, salimos jubilosos, conmovidos, como cuando escuchamos nuestra melodía preferida y se nos inundan los ojos.

Definitivo, indeleble el paso de Castella por la Mérida, a 40 grados.